Pasó el sangriento valle de la muerte

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AÑO SACERDOTAL EN POESÍA
P. RUFINO MARÍA GRÁNDEZ, ofmcap.

Jesucristo
Sumo y Eterno Sacerdote
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Pasó el sangriento valle de la muerte
(Laudes)

El sacerdocio de Jesús se consuma en el paso (Pascua) de la muerte al Padre. Este tránsito, esta entrada celeste, es el gozne de la teología de la Carta a los Hebreos. En nuestra contemplación bien podemos unir los datos específicos de una teología sacerdotal con la visión del Jesús pascual, matriz de todo el pensamiento de la Iglesia.

Mirad al Hombre: Ecce Homo! (Jn 19,5). Lo vemos como sacerdote entrando en el santuario celeste, en la presencia del Padre. Pero ¡qué diferencia con los sacerdotes antiguos! (estrofas segunda y tercera).
Jesús va al Padre “a través del velo” (Hb 10,20) y él mismo nos anuncia en qué consiste su sacerdocio (estrofas cuarta y quinta).

Este Jesús que nos habla es Jesús Resucitado, el Jesús de las apariciones. Mirad mis manos llenas, ved mis llagas: “Les mostró las llagas y el costado” (Jn 20,20). Jesús glorioso con su sacerdocio abraza al mundo: Mirad conmigo al mundo que yo abrazo. Los hombres son sus hermanos – “no se avergüenza de llamarles hermanos” (Hb 2,11) – y él se ha entregado sacerdotalmente para reunirlos a todos. Su sacerdocio está ejercido en la Eucaristía: mirad mi bello cuerpo Eucaristía.

En la doxología confesamos a Cristo como trono de la gracia según la expresión de Hb 4,16.

Pasó el sangriento valle de la muerte
y al alba se levanta embellecido;
¡mirad al Hombre, ved al Sacerdote,
de gloria y blanca túnica vestido!

No llevas en tus manos la oblación,
cordero de inmolar en sacrificio;
¿adónde vas, ministro consagrado,
sin víctima mortal para tu oficio?

No llevas el incienso perfumado,
no agitas el turíbulo encendido,
ni en agua de la fuente te has bañado,
según al sacerdote está prescrito.

Al Padre voy, pasando tras el velo,
bañado fui en la cruz de mi martirio;
mirad mis manos llenas, ved mis llagas,
la víctima escogida fui yo mismo.

Mirad conmigo al mundo que yo abrazo,
mirad a mis hermanos reunidos,
mirad mi bello cuerpo Eucaristía
y ved conmigo al Padre complacido.

¡Oh Cristo, Sacerdote a quien miramos,
oh trono de la gracia al que acudimos,
a ti suban las laudes de la Iglesia,
cantando ya tu gloria por los siglos! Amén


Jerusalén, marzo 1985 (con motivo de mis XXV años de sacerdocio)