NIÑO DIOS





Niño Dios que estás naciendo,
nace aquí en mi corazón,
y en tus hechizos anégame,
y hazme niño y hazme Dios.

Nochebuena, Nochebuena,
fragante de evocación:
¿qué efluvios de cosas idas,
qué perfume de candor.
qué melodías lejanas,
qué balbuciente emoción.
qué manso desasosiego,
qué frescura, qué claror,
qué cosa que no se puede
decir con precisa voz,
nos penetra y sobresalta
y acaricia el corazón?

¿Es un ansia de ser niños?
"Sed niños -dijo el Señor-
si quereís entrar al Reino";
¡y El se hizo niño por nos!
¡y en su noche nos embriaga
un dulce afán de candor!...
¡Oh, qué anhelo de ser niño!
¡Hazme niño, Niño Dios!

"Sed perfectos cual mi Padre
celestial", dijo tu voz,
y no fue estéril sarcasmo
sino fértil bendición.
"Vosotros también sois dioses",
clamas. Y Pablo sintió:
"Vivo, pero ya no vivo:
que vive en mí Cristo Dios".(1)

Porque tu nos alimentas
con un pan de exaltación,
que no se hace carne mía
como este pan inferior,
sino que mi carne absorbe
y la transfigura en Dios.
¡Dios quiero ser para amarte
con pleno pago de amor,
Dios para abarcar tu esencia,
Dios para obrar perfección,
Dios para ser uno contigo!...
¡Hazme Dios, oh Niño Dios!...

Niño Dios que estás naciendo,
nace aquí en mi corazón,
y en tus hechizos anégame
y hazme niño y hazme Dios.


ALFONSO JUNCO.

(*) Dios nos comunica la vida divina mediante la gracia santificante. Por ello la expresión de San Pablo que inspira al poeta cuando éste expresa: "¡Házme Dios!" con todo el sentido contrario a la tentación de nuestros primeros padres: es para que nos comunique su gracia y, así, viva realmente en nosotros; es para amarlo a Él con pleno pago de amor y no con la soberbia inspirada por la serpiente (el demonio) de transformar nuestra naturaleza para igualarnos, de tú a tú, con Dios.

Esa vida divina que nos comunica realmente la gracia santificante, es una participación de Dios en nosotros, de un modo particular en la Eucaristía. Pídamos, pues que podamos decir con San Pablo: Vivo, pero ya no vivo, que vive en mí Cristo Dios.
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El C.P. Alfonso Junco, historiador y periodista mexicano, fue además un excelente poeta católico, muy reconocido. Sobre él se ha volcado la consigna del silencio de los "intelectuales oficiales", por ser un gran defensor del catolicismo, callando su valía literaria. Opiniones tan reconocidas como la de Alfonso Reyes, entre otras, han comparado su poesía con la de González Martínez e, incluso, en momentos, con la de Lope de Vega.