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LA VIÑA (Is. 5,1-7)
Déjenme que cante la canción
del Amor de mi amigo por su viña,
la canción del cuidado y del dolor
de no ser correspondido a su medida.
Mi amigo plantó una viña
en un valle de ensueño y de ternura,
era un paraíso de sol y de hermosura,
de armonía, de paz y de justicia.
Con la paciencia que vence el tiempo que devora
despedregó el terreno con cuidado,
de a poco le quitó los yuyos malos
y bendijo la tierra con su sombra.
En una fuente cristalina y pura,
la que brota del Amor de su costado,
le dio de beber entusiasmado
esperando frutos de dulzura.
Y sin embargo, la ingratitud fue su salario,
brotaron en ella sólo frutos de amargura,
uvas agrias de injusticia y de penumbra,
la autosuficiencia ingrata del pecado.
La viña se apoderó del sol que la acunaba
y cerró sus oídos al viento mensajero,
se creyó fuente viva y pozo del otero,
se olvidó que no era la tierra que la alimentaba.
Ingratitud fue su pecado en la ceguera
de mirar complacida sus ramas y sus brotes,
olvidando su origen despreció ser pobre,
rica sólo de sí misma creyó ser primavera.
Escucha lo que haré, viña traidora:
trataré de olvidar tu nombre y tu recuerdo,
cerraré mi fuente, te asolarán los cuervos
el sol se apagará y tus días serán sombra.
Cuando recuperes de mis dones la memoria
y vuelvas a beber de mi fuente agradecida,
cuando supliques por el sol que te da vida
y anheles los rayos de mi gloria...
Cuando tus raíces busquen mi Palabra cada día
y nutras en mi Amor tus sentimientos,
cuando te purifiques en la lluvia del arrepentimiento
y des frutos de dulzura, viña mía...
Entonces contemplarás mi Amor primero,
volveré a bendecirte con mi sombra,
soplará en tus oídos la brisa que me nombra,
yo seré tu viñador y tu mi pueblo.
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