INDICE
ALEGRÍA
MADRE DEL MUNDO NUEVO
SEÑORA DE LA ESPERANZA
ROMANCE GUADALUPANO
SANTA MARÍA SIN MAS TÍTULOS
ASUNCIÓN
EL DIFÍCIL TODO
EL VERBO QUISO DE MÍ
MARÍA PENTECOSTÉS
DECIR TU NOMBRE, MARÍA
ORACIÓN FINAL A SANTA MARÍA DE NUESTRA LIBERACIÓN.
EPÍLOGO
ALEGRÍA
Contra tanta mentira de tristeza
yo he de rezarte a gritos, Alegría:
¡Dios te salve, María, llena eres de gozo!
¡el Señor es contigo, como un río de leche que se sale de Madre...!
Una mujer de hoy, desamparada, les ha dicho a los hombres: «buenos días, tristeza».
Y ellos se lo han creído.
Hace ya mucho tiempo que se han puesto a ser tristes...
La fiebre de la angustia les ha cercado el alma con sus tropas.
La palabra y la luz y la armonía se han quemado en la angustia
como un bosque en la guerra.
La angustia ha carcomido la carne y la mirada de los muchachos rotos,
(Beber, bailar, tocarse,
y quedarse vacíos, como un corro de copas,
con las últimas babas, en la mesa del bar abandonado...).
Los hombres están tristes, se empeñan en ser tristes.
Se empeñan en perderse, por las minas, a gatas, acosados del miedo.
Se empeñan en morirse corroídos de hambre y de nostalgia
¡cuando estáis al alcance de la mano
tú como un Paraíso de manzanas primeras
y Dios como un jilguero consentido...!
¿«Buenos días tristeza», después que tú alumbraste la Alegría?
(¡Campanas de Belén, recién nacidas, que no saben oíros, detrás de los motores,
más allá del clamor de las antenas,
sobre los parlamentos y las plazas,
detrás de los anuncios, ¡dentro del corazón!).
Romeral y colmena: Dios te salve, María, llena eres de gozo.
En el umbral abierto de Ain-Karim, de cara al horizonte amanecido,
tu corazón se ha roto de Alegría...
Sus crecidas de miel saltan de cumbre en cumbre,
con el sol en la risa, sobre el llanto del mundo,
y penetran el seno de la tierra, preñada,
¡y los niños futuros se incorporan, de un brinco!
Llena eres de gozo
y el Señor es contigo, como un río de leche que se sale de Madre
para todos los hijos.
La Alegría, María, es tu nombre -¡María!-: tú la llevas, María,
crecida sobre el pecho, como una flor silvestre huida a la Botánica.
La humildad de tus manos la encontró junto al cauce de Dios, inmarcesible,
Cada día la hallabas, olorosa de Gracia, dondequiera pacías tus ojos recentales.
En la fuente del pueblo te cantaba con la voz de Gabriel estremecida.
En el hombro sudado de José te aguardaba, en silencio,
como una encina buena con palomas posadas.
Y en la boca del Niño te hablaba con su boca verdadera.
Cada día era Sábado en tus días, porque eran la Esperanza.
Y un día fue Domingo.
(¡Se abrió el Sol en tus brazos, salido del sepulcro, y te vistió de Gloria!).
Después ya fue Domingo para siempre...
Y tu gozo ha crecido como un río de leche que se sale de Madre hasta llenar el mundo.
-¿«Buenos días, tristeza»?
-¡Dios te salve, María!
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MADRE DEL MUNDO NUEVO
Estamos otra vez en el Principio.
Dios quiere hablar y el aire se acrisola.
Como un niño, en la sangre, nace el mundo;
y del caos emerge la Esperanza, con sus flores salvadas de la muerte.
(Este ramo de olivo que crece en tus pisadas, paloma de Sus Ojos,
tendrá toda la Tierra penitente para echar las raíces...).
Aún no mugía el mar, ni tendía sus lonas el cielo por los montes,
y tú jugabas ya -la consentida- en la plaza infinita de Sus Manos:
primera siempre al mimo de Su Gozo...
Si estamos otra vez en el Principio, tendrás que amanecer: el Mundo Nuevo
necesita la puerta de tu seno para llegar incólume,
(Belén se apuesta siempre detrás de tus espaldas).
Mientras los hombres buscan sus tesoros piratas -¡los bajeles perdidos de sus rutas sin norte!-,
un día, inesperado, tú surges de las simas del Paranagua, viva,
como un tesoro tierno a la memoria,
antigua de ternura y de favores, coronada de espuma de sorpresas,
con el Niño en los brazos, ofrecido...
La Tierra está en mantillas, dormida en tu regazo.
La Europa verdadera, como un cruzado loco que vuelve escarmentado
de tantas aventuras,
espera tu venida junto a Chartres y en la umbría sagrada de Einsiedeln.
Los almendros latinos aún tienen primavera para acoger tus plantas.
Todavía hay pastores y un buey manso en la cumbre.
¡Todo el cuerpo de Europa se ha hecho gruta, en la herida,
para enmascarar la luz de tu presencia!
América sacude sus pañales, con un grito rebelde, contra el mar transitado,
pero en su boca niña balbucea, cantando, tu nombre, Guadalupe,
y late la manigua como un puerto que siente tu llegada:
-¡Vendrá Santa María, libre de carabelas!
Como una diosa estéril y fecunda, empapada en la lluvia de la Espera,
como una cruz cansada de martirio,
Asia cruje, sangrando por sus lotos...
¡Pero el bambú ya ensaya cañas de profecía detrás de las Comunas;
la Luna sabia sigue tus pies para calzarte,
y en la liturgia hindú llama a tu Hijo el arpa de Tagore y de los parias!
Mientras llegan los sueños en cayuco inestable,
y acosada por todos los pájaros secretos que hierven en la selva con la noche,
África arrulla, alborotadamente, sus veinte cunas nuevas.
Se quiebran sus tambores en parches de alegría
y las lanzas preguntan por la aurora:
¡porque el mar no termina en la mirada!
Y danzan sus miningas, con las anillas rotas,
enarbolando el sol entre las risas,
¡porque hay una Mujer sobre las chozas, detrás de las estrellas,
con el sol en los hombros, como un clote!
Con los sueños que llegan en cayuco inestable, arriba el Evangelio mecido por tus manos;
llegan tus manos fieles, con la Paz en la proa.
Neófitas de sal y de promesas, las Islas balbucientes acuden al marfil de tu garganta,
con un abrazo tenso de siglos de impaciencia, seguras del Encuentro.
¡Todos los meridianos se enhebran en la rosa de tu Nombre...!
Estamos otra vez en el Principio
y nace el mundo, nuevo, del seno de tu Gracia,
hermosamente grande y sin fronteras.
¡Que callen los profetas fatídicos! Cabemos
todos juntos, hermanos, en la mesa que el Padre ha abastecido.
¡Que calle todo miedo, para siempre!
Los átomos dispersos se engarzarán, sumisos, en tu manto;
y el cielo, descubierto en mil caminos,
se hará pista a tus viajes de ¡da y vuelta -de Dios hasta los hombres-,
¡nostalgia nuestra, Asunta!
...Dios llega al aeropuerto de la Historia;
a tiempo en todo Tiempo, el heredado pulso de tu sangre.
Los sellos del Concilio acuñan tu figura sobre la piel lavada de la Iglesia,
y llega una corona de voces alejadas, en pleamar dichosa,
al pie de tu Misterio...
Estamos otra vez en el Principio y ha empezado tu era:
¡por derecho de Madre tú patentas la luz amanecida!
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SEÑORA DE LA ESPERANZA
Señora de la Esperanza,
porque diste a la luz la Vida.
Señora de la Esperanza,
porque viviste la Muerte.
Señora de la Esperanza,
porque creíste en la Pascua,
porque palpaste la Pascua,
porque comiste la Pascua,
porque moriste en la Pascua,
porque eres Pascua en la Pascua.
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ROMANCE GUADALUPANO
Señora de Guadalupe,
patrona de estas Américas:
por todos los indiecitos
que viven muriendo, ruega.
¡Y ruega gritando, madre!
La sangre que se subleva
es la sangre de tu Hijo,
derramada en esta tierra
a cañazos de injusticia
en la cruz de la miseria.
¡Ya basta de procesiones
mientras se caen las piernas!
Mientras nos falten pinochas
¡te sobran todas las velas!
Ponte la mano en la cara,
carne de india morena:
¡la tienes llena de esputos,
de mocos y de vergüenza!
¡La justicia y el amor:
ni la paz ni la violencia!
Señora de Guadalupe:
por aquellas rosas nuevas,
por esas armas quemadas,
por los muertos a la espera,
por tantos vivos muriendo,
¡salva a tu América!
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SANTA MARÍA SIN MAS TÍTULOS
El disco de «Las Vírgenes Patronas»
se hace luna de ensueño y teología
en esta noche de sertão, callada,
entre los ojos de un muchacho sirio
y el rostro de un mulato espiritista.
Veinticinco de marzo:
-¡Dios te salve, María!
Después de tanto hablar de ti,
casi te callo ahora,
concorde con la voz de tu silencio.
(Decir el «fiat» y entregar el seno.
Cantar, agradecida, en la montaña,
el gozo de los pobres libertados.
Y ya callar, detrás del Evangelio.
Y darle al mundo el Redentor Humano
y devolverle al Padre el Hijo).
¡Dios te salve, María
-veinticinco de marzo y Mato Grosso-,
madre de la Palabra, en el silencio!
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ASUNCIÓN
Plenitud de agosto,
vuelo de Asunción.
Bodega con mosto
de tu Corazón.
Rutas de Araguaia,
con mi pueblo en cruz.
Mi «seca» y tu playa:
la Paz de Jesús.
Lograda María,
llegada Asunción,
que reclama y guía
nuestra romería
de Liberación.
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EL DIFÍCIL TODO
Tan sólo mejor
que la mejor parte
que escogió María,
el difícil todo.
Acoger al Verbo,
dándose al silencio.
Vigilar Su Ausencia,
gritando Su Nombre.
Descubrir Su Rostro
en todos los rostros.
Hacer del silencio
la mayor escucha.
Traducir en actos
las Sagradas Letras.
Combatir amando.
Morir por la vida,
luchando en la paz.
Derribar los tronos
con las viejas armas
quebradas de ira,
forradas de flores.
Plantar la bandera
-la justicia libre
en los gritos pobres.
Cantar sobre el mundo
el Advenimiento
que el mundo reclama,
quizás sin saberlo.
El difícil todo
que supo escoger
...la otra María.
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EL VERBO QUISO DE MÍ
Para no ser sólo Dios,
el Verbo quiso de mí
la carne que hace al Hombre.
Y yo le dije que sí,
para no ser sólo niña.
Para no ser sólo vida,
el Verbo quiso de mí
la carne que me hace a la Muerte.
Y yo le dije que sí
para no ser sólo madre.
Y para ser Vida Eterna
el Verbo quiso de mí
la carne que resucita.
Y yo le dije que sí
para no ser sólo tiempo.
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MARÍA PENTECOSTÉS
María Pentecostés,
cuando la Iglesia aún era
pobre y libre
como el Viento del Espíritu.
María Pentecostés,
cuando el fuego del Espíritu
era la ley de la Iglesia.
María Pentecostés,
cuando los Doce exhibían
el poder del testimonio.
María Pentecostés,
cuando era toda la Iglesia
boca del Resucitado.
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DECIR TU NOMBRE, MARÍA
Decir tu nombre, María,
es decir que la Pobreza
compra los ojos de Dios.
Decir tu nombre, María,
es decir que la Promesa
sabe a leche de mujer.
Decir tu nombre, María,
es decir que nuestra carne
viste el silencio del Verbo.
Decir tu nombre, María,
es decir que el Reino viene
caminando con la Historia.
Decir tu nombre, María,
es decir junto a la Cruz
y en las llamas del Espíritu.
Decir tu nombre, María,
es decir que todo nombre
puede estar lleno de Gracia.
Decir tu nombre, María,
es decir que toda suerte
puede ser también Su Pascua.
Decir tu nombre, María,
es decirte toda Suya,
Causa de Nuestra Alegría.
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ORACIÓN FINAL
A SANTA MARÍA DE NUESTRA LIBERACIÓN
María de Nazaret, esposa prematura de José el carpintero,
aldeana de una colonia siempre sospechosa,
campesina anónima de un valle del Pirineo,
rezadora sobresaltada de la Lituania prohibida, indiecita masacrada de El Quiché,
favelada de Río de Janeiro,
negra segregada en el Apartheid,
hariján de la India,
gitanilla del mundo;
obrera sin cualificación, madre soltera, monjita de clausura;
niña, novia, madre, viuda, mujer.
Cantadora de la Gracia que se ofrece a los pequeños,
porque sólo los pequeños saben acogerla;
profetisa de la Liberación que solamente los pobres conquistan,
porque sólo los pobres pueden ser libres:
queremos crecer como tú,
queremos orar contigo,
queremos cantar tu mismo Magníficat.
Enséñanos a leer la Biblia -leyendo a Dios-
como tu corazón la sabía leer,
más allá de la rutina de las sinagogas
y a pesar de la hipocresía de los fariseos.
Enséñanos a leer la Historia
-leyendo a Dios, leyendo al hombre-
como la intuía tu fe,
bajo el bochorno de Israel oprimido,
frente a los alardes del Imperio Romano.
Enséñanos a leer la Vida
-leyendo a Dios, leyéndonos-
como la iban descubriendo tus ojos, tus manos, tus dolores, tu esperanza.
Enséñanos aquel Jesús verdadero,
carne de tu vientre, raza de tu pueblo, Verbo de tu Dios;
más nuestro que tuyo, más del pueblo que de casa,
más del mundo que de Israel, más del Reino que de la Iglesia.
Aquel Jesús que, por el Reino del Padre, se arrancó de tus brazos de madre
y se entregó a la muchedumbre,
solo y compasivo, poderoso y servidor, amado y traicionado,
fiel ante los sueños del Pueblo,
fiel contra los intereses del Templo,
fiel bajo las lanzas del Pretorio,
fiel hasta la soledad de la muerte
Enséñanos a llevar ese Jesús verdadero
por los callados caminos del día a día,
en la montaña exultante de las celebraciones,
junto a la prima Isabel,
y a la faz de nuestros pueblos abatidos que, a pesar de todo, Lo esperan.
María nuestra del Magníficat,
queremos cantar contigo,
¡María de nuestra Liberación!
Contigo proclamamos la grandeza del Señor, que es el único grande,
y en ti nos alegramos contigo, porque, a pesar de todo, Él nos salva.
Contigo cantamos, María, exultantes de gratuidad,
porque Él se fija en los insignificantes;
porque su poder se derrama sobre nosotros en forma de amor;
porque Él es siempre fiel,
igual en nuestras diversidades,
único para nuestra comunión,
de siglo en siglo, de cultura en cultura, de persona en persona;
porque su brazo interviene históricamente
-por intermedio de nuestros brazos, inseguros pero libres-
y porque un día intervendrá, definitivamente Él;
porque es Él quien desbarata los proyectos de las transnacionales
y sostiene la fe de los pequeños
que se organizan para sobrevivir humanamente;
porque vacía de lucros los cofres de los capitalistas
y abre espacios comunitarios
para el plantío, la educación y la fiesta
en favor de los desheredados;
porque derriba de su trono a todos los dictadores
y sostiene la marcha de los oprimidos
que rompen estructuras en busca de la Liberación;
porque sabe personar a su sierva, la Iglesia,
siempre infiel creyéndose señora,
siempre amada escogida, sin embargo,
por causa de la Alianza que El hizo un día con la sangre de Jesús.
María de Nazaret, cantadora del Magníficat, servidora de Isabel:
¡quédate también con nosotros, que está por llegar el Reino!;
quédate con nosotros, María,
con la humildad de tu fe, capaz de acoger la Gracia;
quédate con nosotros,
con el Verbo que iba creciendo en ti,
humano y Salvador, judío y Mesías, Hijo de Dios e hijo tuyo,
nuestro Hermano,
Jesús.
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EPÍLOGO
Un poeta místico a quien le duele el mundo
Macario Díez Presa, cmf
Se me ha pedido un análisis -sin adjetivo ninguno- de este poético florilegio mariano de Pedro Casaldáliga. Y aquí está, cerrando el libro que otro hermano en religión, Teófilo Cabestrero, abriera con su presentación del autor, ya conocido de todos, al que seguramente se sentirán desde hoy más cercanos en el espíritu.
Centraremos nuestro sencillo análisis -sea ése el adjetivo por nuestra parte intencionadamente añadido al sustantivo- en dos puntos: la imagen polivalente de María, que como en límpida corriente se va reflejando en estos poemas y es su musa inspiradora, y el valor demiúrgico de una palabra poética en la que duele el mundo. Al refractarse en la palabra poética de Casaldáliga, el halo de divina belleza que envuelve la figura de María viene a convertirse en calor de humana -por fraterna y maternal- cercanía, que parece estar haciendo a la SEÑORA más presente entre nosotros y más nuestra que nunca.
Imagen polivalente de María
Nuestro insigne Lope de Vega concluía así su retrato de nuestra Señora: «... Ésta es María, sin llegar al centro, que el alma sólo retratarla puede. Pintor que tuvo nueve meses dentro.»
Nunca, dentro del tema mariano, ha sido tarea fácil hacer poesía nueva u «original». Y menos aun llegar al «centro» o intimidad de María. Lograrlo es un mérito extraordinario. Y Casaldáliga lo ha logrado en esta mini antología mariana, que nos atreveríamos a calificar de «Mariología poética», en la que el «centro» o misterio de María se ha exteriorizado de alguna manera e identificado con lo que hay de más humano -valga la redundancia- en el misterio del hombre, proyectándolo, a su vez, como sólo esta MUJER, tan divina y al mismo tiempo tan humana, podía proyectarlo.
En la obra poético-literaria de Casaldáliga se advierte casi de continuo una clara presencia mariana. ¿No tendrá en ello buena parte su vocación, vida y misión de Hijo del Inmaculado Corazón de María?
«Tengo tres amores, tres el Evangelio,
la Patria Grande,
y el corazón intacto de una Mujer
María de Nazaret, la llena de Dios, tan nuestra.»
Y ¡tan suya! No, esta María de Nazaret retratada en el presente poemario no es la mujer de los privilegios. No es una imagen metacósmica, distante, ausente, o que no supiera ya caminar por nuestro suelo, María es aquí la mujer inserta en nuestro mundo, con su «operante presencia», ¡cómo no!, pero también, y hasta sobre todo, con su mensaje -el mensaje de su propia vida- hoy más actual que nunca. Es la mujer de la cotidianidad, llena de Dios y, por eso, rebosando ternura y amor -de hermana y madre- sobre el hombre de ayer y de siempre. Es la mujer sencilla y humilde del Magníficat, que no dudara en proclamar a Dios como vindicador de los pequeños y los oprimidos, identificada con el pueblo y sus sufrimientos; pero sabiendo que ese pueblo sufriente es hoy, aquí o allá, el pueblo preterido o subestimado por los poderosos. Como Nazaret, del que, según los «grandes», muy poco cabía esperar.
Encontramos ya aquí una marcada diferencia entre estos poemas marianos y los más abstractos y esteticistas de su primera época. Los de hoy dan a María un rostro más concreto, más popular y más humano, más familiar y más al alcance de nuestras manos y de nuestros besos. Es, concretamente -y aquí empieza a retractarse su imagen- MARÍA DE NAZARET, que, al estilo de las demás madres,
«rumia la paz de Belén,
el polvo de Galilea,
el sol de Genesaret,
el gozo del pan partido...».
Es la NIÑA DEL SÍ más comprometido que ha podido un ser humano dar a Dios: un sí en tono de humildad que en las sinfonías de Dios es siempre tono mayor,
«el sí desnudo como un tallo de lino
bajo el filo implacable de la Gloria
Es la MUJER DE CADA DIA, que va y viene,
«como el ave del tiempo,
de la casa a la calle, del Misterio al misterio...».
Es la CAMPESINA, cuyo
«pedazo de tierra, detrás de aquel otero por donde entraba el sol,
lo trabajaban juntas sus manos y las Manos de Dios»;
y campesina para siempre, porque ha querido establecer su morada entre los afanes y la paciente espera del sembrador, viendo crecer el trigo como forma presentida de la Carne de su Hijo, y porque
«en el soto erizado de chopos de esperanza
permanece de guardia la alondra de su ermita».
Es la COMADRE DE SUBURBIO, simbolizado en aquella «cueva» que
«no tenía más higiene que el viento de la noche»,
pero que, desde entonces, se ha multiplicado casi hasta el infinito. Y, como ayer, también hoy María se multiplica para instalar ahí a Dios:
«Tú has instalado a Dios en el suburbio humano...,
Comadre de suburbio,
ensanche de la Gracia,
puerta y solar de la Ciudad celeste!».
En su soñar muy despierto, el poeta contempla a María perdiéndose en la inmensa Africa, como una africana más:
«Yo te saludo, Negra, divinamente hermosa...
Déjame descargar en tus espaldas este niño africano,
de tres meses de fuego,
que ha crecido conmigo, poderoso
como un clamor de mar, como un Desierto,
como la noche viva»,
o en la soñadora América, y con rostro indio, maternalmente inclinado hacia los indios:
«Señora de Guadalupe...,
carne de india morena
Por aquellas rosas nuevas,
por esas armas quemadas,
por los muertos a la espera,
por tantos vivos muriendo,
¡salva a tu América!».
Casaldáliga ve a María como SEÑORA DE LA CIUDAD, que fue ayer Jerusalén, que es hoy cualquiera de nuestras grandes urbes, donde todos tenemos un no poco de niños grandes perdidos en la vida:
«Jerusalén tenía sus resacas, y se perdía un niño fácilmente.
Pero bramabas tú, como una cierva,
y el servicio de urgencia de tu llanto
suplía de antemano la fiebre derramada de todos los perdidos.
...Vuelve a subir de Nazaret, Señora.
¡Te reclamamos todos, sin saberlo siquiera muchas veces...!»
Como pastor de la Iglesia, Casaldáliga sabe, por dolorosa experiencia, mucho acerca de esos «ausentes», con quienes tal vez nos encontramos y hasta convivimos, sin percatarnos de sus «ausencias». El poeta, comunicándonos la suya, quiere despertar nuestra propia experiencia, esperando que sea ésta una voz, un mensaje, una oración, una luz, que señale a tantos y tantos «ausentes» el camino de retorno a la casa del Padre y de los hermanos mayores. La poesía, sin dejar su región propia, se hace ahora patética oración sálmica. ¿A quién? No podía ser por menos: a María, a quien se invoca como MADRE DE LOS AUSENTES:
«Entra en casa y verás el frío que hace, con el cristal de la Alegría roto
y el Pecado azotando como un viento
Se cruzan los hermanos sin mimarse, ausentes de alma a alma...
Nadie se entiende. Todos tienen frío. Y el hambre los consume.
Madre de los ausentes,
umbral de la ternura recobrada,
postigo del retorno vergonzante.
todos los hijos pródigos te llaman, sin saberlo
¡Congréganos a todos bajo el lecho del júbilo paterno,
con el pan del Amor entre las manos nuevas...!»
Con resonancias tal vez autobiográficas, desde una fuerte vivencia de honda soledad, el poeta se refugia en María SOLEDAD, «compañía nuestra», solidaria de nuestros días o noches de soledad, para hacerla soledad sonora de amor y de ternura, como la suya:
«Sola de toda humana compañía
Sola contra la noche del Misterio...,
Sin otra luz que tu mirada pura y sometida,
descalzo el pie y el corazón abierto,
como un río desangrándose entero
Soledad tan cercana y sin estorbos,
tan sonora de aroma y de ternura...
María Soledad
toda llena de Dios y de los Hombres
¡Oh Soledad, oh compañía nuestra!»
Pero tras la noche amanece siempre. La última noche tendrá su fin. Mas no lo tendrá el último día. Porque representa la definitiva victoria de la luz sobre la oscuridad. Después de contemplar a María frente a sus noches y las nuestras, el poeta nos la retrata ahora iluminada e iluminadora con luces de Pascua, preanunciando nuestra victoria, nuestra alegría, nuestro Pentecostés, nuestra asunción. Porque todo eso es María. Y en superlativo.
María es, concretamente, la VENCEDORA DE LA MUERTE, en su sentido más realístico; pero también en su más simbólico significado:
«Tú sabes qué es la Muerte, como nadie en el mundo lo ha sabido.
Tú conoces las muertes, una a una, como las caras mismas de tus hijos pequeños,
y las llamas, segura, por su nombre.
Junto al Cuerpo de Cristo, recostado en tu seno por la Muerte vencida,
aquella tarde, todas
las muertes de los hombres descansaron su grito en tu regazo...
Todos los muertos caen buscando tu mirada...
Morir bajo tu nombre es encontrar, de pronto,
detrás de las cortinas, la Fiesta preparada...
Desde tus brazos hay un paso apenas hasta el cuello del Padre.»
Y es la mujer saludada por el mismo Dios con el nombre de ALEGRÍA, frente a tanta mentira de tristeza:
«¡Dios te salve, María, llena eres de gozo!
¡EI Señor es contigo, como un rió de leche que se sale de madre!
Una mujer de hoy, desamparada, les ha dicho a los hombres:
'Buenos días, tristeza'
Y ellos se lo han creído...
¿'Buenos días, tristeza', después que tú alumbraste Alegría?
La Alegría, María, es tu nombre... Tú la llevas
crecida sobre el pecho, como una flor silvestre huida a la Botánica.»
Es la alegría de su sábado cotidiano, que un día sería ya para siempre Domingo de Pascua, irradiándose sobre todos los hombres:
«Cada día era Sábado en tus días, porque eran la Esperanza.
Y un día fue Domingo... Domingo para siempre ..
Y tu gozo ha crecido como un río de leche que se sale de Madre
hasta llenar el mundo.»
Y es, por consiguiente, la SEÑORA DE LA ESPERANZA, con luces de Pascua definitiva en sus ojos, en sus manos, en su boca, en su vida, en su muerte; Pascua para sí y para todos en la gran Pascua del Hijo que Ella -Madre pascual- nos diera como Víctima de redención liberadora:
«Señora de la Esperanza
porque creíste en la Pascua,
porque palpaste la Pascua,
porque comiste la Pascua,
porque moriste en la Pascua,
porque eres Pascua en la Pascua.»
Desde una Pascua que todo lo ha hecho nuevo, María es la MADRE DEL MUNDO NUEVO que para el nuestro tantas veces hemos soñado y quisiéramos ver convertido en realidad en sus cinco continentes. El mundo nuevo es volver otra vez al principio, a ese segundo principio en el que un nuevo Adán y una nueva Eva dan vida para siempre a una nueva humanidad:
«Si estamos otra vez en el Principio, tendrás que amanecer el mundo Nuevo
necesita la puerta de tu seno para llegar incólume.
(Belén se apuesta siempre detrás de tus espaldas)
Todo el cuerpo de Europa se ha hecho gruta, en la herida, para enmarcar la luz de tu presencia.
América sacude sus pañales, con un grito rebelde, contra el mar transitado
Como una diosa estéril y fecunda..., como una cruz cansada de martirio,
Asia cruje, sangrando por sus lotos
Acosada por todos los pájaros secretos que hierven en la selva de la noche,
África arrulla, alborotadamente, sus veinte cunas nuevas...
¡porque hay una Mujer sobre las chozas, detrás de las estrellas, con el Sol en los hombros...!
Neófitas de sal y de promesas, las lslas balbucientes acuden al marfil de tu garganta,
con un abrazo tenso de siglos, de impaciencia, seguras del Encuentro.
¡Todos los meridianos se enhebran en la rosa de tu Nombre...!
Estamos otra vez en el Principio
y nace el mundo, nuevo, del seno de tu Gracia,
hermosamente grande y sin fronteras...
Dios llega al aeropuerto de la Historia
a tiempo en todo Tiempo
Estamos otra vez en el Principio y ha empezado tu era:
¡por derecho de Madre tú patentas la luz amanecida!»
Una luz pascual, que se hace fuego de Pentecostés en ella y por ella en los moradores de ese mismo mundo nuevo del que ella es MADRE, ahora como MARÍA PENTECOSTÉS, es decir, María plenitud sobre plenitud, marianizando con su operante presencia la acción del Espíritu Santo en la Iglesia, al igual que
«cuando la Iglesia aún era
pobre y libre,
como el Viento del Espíritu..,
cuando el fuego del Espíritu
era la ley de la Iglesia.»
Tras la definitiva plenitud de Pentecostés, en la tierra, no hay ya más plenitud que la del cielo, la de la ASUNCIÓN, con la que María se adelanta como Madre universal, que nos abre camino, que nos espera,
«que reclama y guía nuestra romería de Liberación».
Y ahora sí se comprende ya bien por qué, para Casaldáliga, María escogiera, no simplemente «la mejor parte», sino
«el difícil todo:
acoger al Verbo,
dándose al silencio.
Vigilar Su ausencia,
gritando Su Nombre.
Descubrir Su Rostro
en todos los rostros...
Cantar sobre el mundo
el advenimiento
que el mundo reclama
quizás sin saberlo.»
Lo cual significa -y el signo también aquí se hace realidad- que el NOMBRE DE MARÍA es totalidad intensiva, de cuya desbordante plenitud están llenos el cielo y la tierra, porque
«Decir tu nombre, María,
es decir que la Pobreza
compra los ojos de Dios...
Es decir que la Promesa
sabe a leche de mujer...
Es decir que nuestra carne
viste el silencio del Verbo...
Es decir que el Reino viene
caminando con la Historia...»
Y es decir que el Reino va encaminando la Historia hacia su plenitud en un incesante proceso de liberación. El poeta ve a María, no sólo como la imagen más perfecta de la libertad y de la liberación de la humanidad y del cosmos, sino sobre todo como «Cantadora» y «Profetisa» de la liberación. Haciendo eco al salmo oracional de María en el Magníficat, el poeta corona su florilegio poético-mariano con la sálmica
ORACIÓN FINAL A SANTA MARÍA DE NUESTRA LIBERACIÓN.
Ella es la
«Cantadora de la Gracia que se ofrece a los pequeños,
porque sólo los pequeños saben acogerla;
profetisa de la Liberación...
Queremos creer como tú,
queremos orar contigo,
queremos cantar tu mismo Magníficat María nuestra del magníficat, queremos cantar contigo, ¡María de nuestra Liberación...»
Valor demiúrgico de esta poética mariana
¿Cómo calificar ahora esta poética mariana de Casaldáliga? Cuando la poesía es verdaderamente tal, sobran todas las etiquetas. El mejor calificativo es su mismo desnudo sustantivo: poesía, Aquí, el adjetivo mariana es sólo fuente y vehículo de inspiración poética. Casaldáliga ha contemplado a María de Nazaret, la mujer de todos los siglos. Y, después de haber, extático ante ella, exclamado: ¡poesía eres tú!, nos ha brindado su poético recital lírico. En palabra transparente como la luz, alígera como el viento, dolida y doliente como una llaga sangrante, pero cargada de una, aunque melancólica, infinita esperanza alentada por «el Corazón intacto de esa Mujer» encarnada, a lo largo de los siglos, en todos y cada uno -hombre o mujer- e identificada con sus problemas y sus más nobles aspiraciones, y que, ya asunta -ASUNCIÓN-, «reclama y guía nuestra romería de liberación».
Poesía mariana, sí, en su sentido más teológico; pero desde una teología que, a través de María, se eleva en nombre de Dios mismo hasta Dios. Poesía filtrada, desde el principio hasta el fin, de fe, esperanza y ternura en lo que de más divino y más humano descubre el poeta en esta humano-divina Musa de su inspiración:
«Creo en Ia pobre María y en toda la Iglesia pobre.
Creo en la tierra de todos como la madre primera...»
Y es que, para Casaldáliga, si la fe, la esperanza, el amor, tienen que ver con el misterio de María -el más sensible resonador del Misterio de Dios-, desde ella -el más sensible resonador del misterio del hombre- tienen también no poco que ver con la vida y muerte de los hombres, la justicia, la verdad, la libertad, A diferencia de otras expresiones, llamémoslas más individualistas, en la poesía de Casaldáliga hay un profundo sentimiento de humana solidaridad universal. Es lo propio del verdadero poeta. Porque, como también aquí diría Unamuno, el auténtico poeta, dirigiéndose a una masa de hombres, no se dirige a la masa, sino a cada uno de ellos.
No se trata, pues, en el caso de nuestro vate, de la etérea poesía de una simplemente lúdica imaginación. La suya revela la existencia no como algo pensado en general, sino como algo vivido una y muchas veces. Y por eso revela una aguda sensibilidad y honda inquietud, en las que ni la ternura esconde vergonzosamente el sufrimiento de un mundo que le duele al poeta en el alma, ni el dolor ahoga la esperanza: una esperanza que no nace del simple optimismo psicológico o de una confianza meramente sociológica en las fuerzas de la historia, sino de la Pascua, es decir, de quien, en pos de la Señora de la esperanza, cree, como ella, en la Pascua, palpa y come la Pascua, es Pascua en la Pascua.
Cabalmente, por eso, su dolor y su esperanza y hasta su ternura se convierten en combate, en espera ardiente, en apoyo a la causa del Reino, en colaboración con todos cuantos luchan por la justicia y la fraternidad universal. Es, tal vez, este apasionamiento ante todo por el hombre sufriente y esta esperanza de su liberación lo que confiere a su palabra poética fuerza de arrastre y de seducción. Y, acaso, sea ésta, precisamente, su originalidad: una originalidad que, con independencia de las clásicas formas poéticas, brota de la llamada a expresar su compleja personalidad -humana, sacerdotal, misionera- en todas sus relaciones, Casaldáliga nos brinda aquí todo un mundo personalizado, el mundo entero hecho hombre, el verbo hecho mundo. Ese es, en el fondo, el misterio de la Encarnación, que parece estar sirviendo aquí para ejemplificar el proyecto e intención de su poesía. Y así es cómo, desde el valor estético y el sentido religioso-mariano hasta el valor más humano y social, todo resulta enriquecedor. Sean pocos o muchos quienes se decidan a leerlo, con toda certeza se puede afirmar que su lectura -fácil y sugestiva- tendrá ya ahí su recompensa.
Puestos, pues, a calificarlos, diríamos -utilizando de nuevo una expresión de Unamuno, con quien tanta sintonía deja transparentar Casaldáliga- que son poemas de una «castísima desnudez espiritual», en los que se acompasan y hasta se funden sinfónicamente su límpida cadenciosidad y su eufonía dinámica, su secreto ritmo interior y su misma acústica musicalidad, dentro de una exigencia simetría nunca demasiado sistemática.
Ya lo hemos dicho: estos poemas son la traducción, en verbo poético, de una experiencia que ve a María «sacramentalizada» en la
«aldeana de una colonia siempre sospechosa,
campesina anónimo de un valle del Pirineo,
rezadora sobresaltada de la Lituania prohibida,
indiecita masacrada de el Quiché,
favelada de Río de Janeiro,
negra segregada en el Apartheid,
hariján de la India,
gitanilla del mundo,
obrera sin cualificación, madre soltera, monjita de clausura,
niña, novia, madre, viuda, MUJER».
Y es que la experiencia -religiosa y humana, aquí una y otra formando unidad- encuentra mejor expresión en el lenguaje poético-lírico que en el puramente lógico o conceptual, siempre demasiado frío e impersonalizado. Como muy bien se ha dicho, a propósito precisamente de Casaldáliga, «su poesía constituye como un estado térmico del lenguaje que permite expresar la plusvalía de sentido que el discurso meramente racional no puede soportar». Leyendo estos poemas, se comprende mejor por qué un teólogo como Rahner llegara a afirmar que al poeta le han sido confiadas palabras originales o «protopalabras», preñadas de sentido y que permiten que las cosas sean ellas mismas aun dentro de ese ámbito en que las contempla el poeta.
Más que expresar poéticamente unas doctrinas teológicas de mariología, Casaldáliga aparece aquí verbalizando poéticamente, a través de «protopalabras», su experiencia del misterio de María con toda su fuerza humanizadora y liberadora y con todo su hálito espiritualizante. Y espiritualizante no sólo porque desde las sensaciones haya podido saltar a lo espiritual, sino también -y hasta, aquí, sobre todo- porque desde lo más espiritual ha sabido llegar a lo material, con lo que lo espiritual -nuevo reflejo del misterio de la Encarnación- se «materializa» en su poesía y lo material se trascendentaliza.
A veces, se tiene la impresión de estar escuchando un diálogo entre el poeta y María, del que nos llega su parte más humana y hasta más dramática: un diálogo a lo divino desde lo humano, y a lo humano desde lo divino. Cabalmente, merced a esa unidad entre lo espiritual y lo material entre lo divino y lo humano, Casaldáliga poeta es el demiurgo que dota a sus creaciones -sus poemas- de realidad corpórea y espiritual, como reflejo de la auténtica existencia humana.
El poeta nos hace, así, sentir su calor humano y nos deja tocados y alcanzados a lo divino en lo más hondo de nuestro ser. Hay que subrayarlo: no entenderá esta poesía de Casaldáliga quien no la vea conjunta y unitariamente como experiencia de un ideal evangélico y de una vida en contradicción, de hecho, con tal ideal. Es lo que provoca esa ira profética, esa ternura, esa sed de liberación, ese combate por el Reino.
Y hasta pecaría de inobjetivo -incluso, de superficial- quien no viese en estos poemas más que al poeta religioso-social protestatario de hoy. Es, más bien, el místico y contemplativo de la realidad descarnada -por exceso de encarnación- sobre la que proyecta luz desde la figura de María no como mujer ideal, sino como ideal de mujer que todos -hombres y mujeres- podemos y debemos «encarnar». Casaldáliga es aquí el «niño» crecido a la sombra de María que nos confía su música interior y, con ella, su espíritu, amasado con la levadura del Evangelio, pero con el pan de la dura realidad humana, que él describe con ese realismo que se gesta siempre y se alumbra en toda mística y en toda lírica religiosa. Sus «protopalabras» expresan de esta manera, lo que él es y lo que está viviendo, lo que cree y lo que ama, lo que sueña con sus ojos bien despiertos, lo que, finalmente, espera: una liberación sin miedo ya a ninguna clase de alucinaciones.
Por eso, sin dejar de ser la suya una poesía de creación, acaso aparezca, al menos aquí, más catalogable Casaldáliga como poeta de expresión. Lo refleja en todo, incluso en la libertad de su verso, no sometido a norma ni sistema clásico, cargado sin embargo, como ya hemos dicho, de ritmo interior, de armonía y de acústica musicalidad. Sus contrastes poéticos, sus metáforas, sus reiterativas imágenes -tres veces, por ejemplo, utiliza la de la «leche», tan expresivo símbolo de lo femenino y maternal-, no son sino formulaciones distintas para transmitirnos sus sentimientos frente a María de Nazaret, a quien él tan finamente ha sabido descubrir en nuestro mundo de hoy. Y en quien, como más próxima a nosotros, está descubriendo la ayuda a esa fe, esperanza, ternura y amor, justicia y libertad que hoy el mundo está necesitando. También aquí parece estar nuestro poeta haciendo eco a la vivencia de Unamuno cuando dice:
«...Por esto el pobre que sufre
busca a la Virgen bendita,
la Virgen de los dolores,
la que el dolor purifica.»
Evidentemente, el poeta no ha querido guardarse su música interior. Ha querido hacerse resonador de la misma entre sus hermanos los hombres. Es parte de su misión evangélica y evangelizadora en el pueblo de su pertenencia. Pero haciéndonos saber que ese pueblo adquiere aquí dimensiones intercontinentales, que se hacen, por ejemplo, evidentes en su poema «SEÑORA DEL MUNDO NUEVO». El poeta da con la manera de desentrañar la verdad, de excitar las conciencias para despertarlas de su letargo, de ponerlas en acción y a la búsqueda de respuestas eficaces. De esta manera, su poesía mariana viene a desempeñar una función social: despertar el dolor que duerme, aguijonearlo y excitarle, azuzarlo «y todo preñado», como diría una vez más nuestro Unamuno, «devolvérselo enseguida en acicate que quema al pueblo que en él dormía».
La poesía de Casaldáliga refleja, pues, con ternura, sí, porque María es eso: esencial ternura -«un río de leche que se sale de Madre hasta llenar el mundo»-, pero haciendo resonar en tono mayor toda la lucha y el inconformismo que puede sentir una persona ante la humillación y la explotación del hombre por el hombre. Con tal reflejo y tal resonancia, una única intencionalidad persigue aquí el poeta: lograr una comunión de intereses e ideales y, sobre todo, una comunión con su ideal principal y más básico de creyente y obispo: creer en el Reino.
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