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| (Lc 24,1-12; Jn 20,3-10) Por Emma-Margarita R. A.-Valdés Era un árbol desnudo al frío del invierno, su savia congelada, seco y erguido el cuerpo, pero tu luz, Señor, iluminó su centro y se llenó de fruto regado con tu verbo, se inclinaron sus ramas por el jugoso peso, acercando, amorosas, el celestial sustento a las manos vacías de los seres hambrientos. Lejos de la soberbia está el conocimiento. ¡Que se incline mi espíritu con frutos de tu reino para ver tu sudario doblado sobre el suelo y entender tu verdad, como tu siervo Pedro, para llevar tu Cruz abrazando el madero, para seguir tus pasos, ganar el jubileo y ser, en esta tierra, tu amigo y mensajero!. Emma-Margarita R. A.-Valdés |
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