Poesías de San Bernardo de Claraval











Si se levantan
las tempestades
de tus pasiones,
mira a la Estrella,
invoca a María.

Si la sensualidad
de tus sentidos
hunde la barca
de tu espíritu,
levanta tus ojos,
mira a la Estrella,
invoca a María.

Si el recuerdo
de tus pecados
quiere lanzarte
en el abismo
de la desesperación,
lánzale una mirada
a la Estrella del cielo,
y rézale confiado
a la Madre de Dios.

Siguiéndola,
no te perderás
en el camino..
Invocándola,
no te desesperarás..
Y guiado por Ella,
llegarás seguramente
al Puerto Celestial.

San Bernardo de Claraval

El desconocimiento propio
te lleva a la soberbia,
pero el desconocimiento de Dios
te lleva a la desesperación...

San Bernardo Claraval




Tal es tu justicia que tierra y cielos renueva,
Cristo, pues eres Tú la propia justicia del Padre.
Fuese ante el Padre la que relumbró en una nube de carne;
brilla en sus miembros aún la senda de la justicia.

Un pobre monje por la virtud de su fe bien probado,
muy distinguido en el arte del vidrio, de buenas costumbres,
que visitó la Ciudad del Apóstol cual buen peregrino
y recorrió su camino a pie y haciendo vidrieras,
lo que aprendió padeciendo y vio de espíritu lleno,
al acercársele el fin, tal como lo vio lo refiere:

Ocho días había pasado sin alimentarme,
con la unción y a punto de ser por los monjes lavado,
voz sin voz y exhalando gemidos sin uso del pecho,
y al apóstol Santiago pedile treguas entonces.

Cuando de pronto yo vi ante mis ojos espirituales
una visión milagrosa de tres entre luces del cielo,
y uno me dijo el primero: -Yo soy Santiago a quien llamas.
Vengo en tu ayuda y aquí está Juan, como sabes, mi hermano.
Sano estás. Con nosotros también te visita y bendice
con su mano la excelsa reina, la Madre de Cristo.

Luego, he aquí mi linaje, la generación de los justos
con nosotros venid, añadió, que monástica era.
Pero entretanto veía el infierno y el paraíso
como en la mano están los dedos índice y medio.

En los tormentos mezclábanse fuego y azufre y ardientes
vahos, y cal y horror y pesados hirvientes hedores.
Un sol en cambio radiante y de lumbre lleno en el otro
era la vida de la salvación con su luz y alegría.
Y se veía pasar de allá veloz y alternando
tal visión, mas un grande abismo quedaba a los lados.

Esto a los monjes reunidos Odierio contó verazmente
y regresó a Claraval (2) cual si fuera a los santos lugares,
como un pez elegido que acude nadando a su encierro.

Tú, por amor a Santiago, hermano Odierio, viniste
a fabricar con tu oficio vidrieras de vidrio y de plomo
sólo por un pedacito de pan y frugal alimento.
Tú que recibes consuelo, dichosa visión esa tuya
en que la Madre de Cristo es lengua que acude a salvarte.

Siervo feliz y bienaventuradas esclavas aquellas
a quienes viene a auxiliar ante Dios la piedad de su Madre.
Mas para mérito del escritor, que desea lo propio,
séale dada alabanza a Dios una y trina, mas toda. Amén.