PRÓLOGO

Por qué María es alguien en la vida creyente del obispo Casaldáliga

Teófilo Cabestrero, cmf
Madrid-Panamá, 8 de diciembre de 1990
Fiesta de María Inmaculada

«Agradezco esta nueva ocasión de cantarle a la Señora», escribió Pedro Casaldáliga al director de Publicaciones Claretianas, respondiendo a la solicitud de esta antología de sus poemas marianos. Y en esa carta, escrita desde las tierras preamazónicas del pueblo brasileño donde Casaldáliga es obispo desde hace casi veinte años, anotaba Pedro esta ironía del destino: «¡Fijaos que algún obispo ha llegado a decir que yo no creo en la Virgen...!».

Decir eso de Pedro Casaldáliga es confesar que no se tiene idea de él, ni de su vida, ni de sus poemas. Porque él arrastra fama de «mariano», y hasta de ser un «chiflado por la Virgen», desde que era seminarista.

Hay dos caminos para llegar a ver quién es Maria en la vida, en la misión y en la poesía de Pedro Casaldáliga. Un camino arranca de Balsareny (Barcelona), donde nació Pedro en 1928, y va siguiendo el curso de su vida hasta nuestros días; desde ahí se desvela cuanto él dice en sus poemas marianos. Y está el camino inverso, el que parte de la lectura de estos poemas, y hace ver a María en la acción pastoral de Casaldáliga y en su vida creyente.

Esa doble vía -de la fe y la vida de Pedro a sus poemas, y de sus poemas a su vida y a su fe- permanece abierta porque la poesía de Casaldáliga es vivencial y testificante.

José María Valverde, poeta y profesor de ética y estética en la Universidad de Barcelona, califica autorizadamente la poesía de Casaldáliga como «expresión transparente de una vida por entero entregada a lo que dice». Poesía testimonial, cien por cien. «Sin que por ello haya en esa poesía -añade Valverde- ninguna ingenuidad literaria; hay, por el contrario, un 'oficio' bien dominado por este poeta». Lo más importante para José María Valverde en los poemas de Casaldáliga es «la rarísima calidad que puede dar a una expresión poética la entrega absoluta de la fe y al amor divino, que es también amor al prójimo incluso en su sufrimiento colectivo y en su rebeldía contra la tradicional opresión social y económica».

Se comprenden desde ahí las calidades de estos poemas marianos de Pedro Casaldáliga; y se sabe que en ellos está el hilo de su vida mariana y de la presencia de María en su misión.

Fe, misión y poesía se entrelazan vitalmente en Casaldáliga desde muy temprano, y en esas tres fibras de su ser están las manos de María. De niño, Pedro dijo en casa (la lechería, ¿la ternura?), que quería ser sacerdote, y lo dijo entre miradas a la ermita de la «Mare de Déu del Castell», sobre el Llobregat. Dijo también a sus padres que él sería poeta. Luego le atrajo ser misionero, y María lo alumbró para la misión desde el carisma claretiano. Siempre andará María en su fe, en su vida y en su misión. Una María, Virgen y Madre, la misma siempre pero cambiante con la geografía de las vivencias de Pedro, y de sus lecturas y su oración, al ritmo de la conciencia de la Iglesia y de los sufrimientos y las esperanzas de los pueblos a quienes Pedro sirve.

Ese proceso mariológico se transparenta en sus escritos, siempre testimoniales, sea en la prosa o en los poemas. Así, en el primer poemario de Casaldáliga, Palabra ungida (1952), que selló la ordenación sacerdotal de Pedro cuando contaba 24 años, María es la Virgen del Adviento, de Navidad, de la Epifanía, de la huida a Egipto, «La Candelaria», la Virgen del Cenáculo y de Pentecostés; también es la Madre de los nuevos sacerdotes; y todas ellas son su Corazón, su Corazón de Madre.
Hay que notar que el poeta García Nieto saludó en un prólogo la llegada de Pedro Casaldáliga con su poesía religiosa -«verdadera poesía»-, y tomó unos versos marianos para decir que «el autor consigue aciertos de una sorprendente novedad, como en esta canción que parece arrancada de la mejor vena tradicional y que se adensa primero, y se aligera después, y se quiebra y se suspende, por último, con una gran eficacia técnica y personalísima»:

Cuando El llegó ¿qué hora daba, Madre, tu Corazón?
(Mientras no llegaba
daba la hora de la esperanza.)
Pero cuando llegó
¿qué hora daba... ?

«Puede bastar esta muestra para recordar a un poeta por mucho tiempo», concluía José García Nieto.

Entre 1960 y 1962, Pedro Casaldáliga escribió sobre María un libro en prosa poética -«mitad poesía, mitad oración y siempre Gracia», decía al presentarlo- que tituló Nuestra Señora del siglo XX. En esas páginas, además de ser Ella Nuestra Señora del Rosario, del Domund, del 8 de diciembre, de Navidad y de los Reyes Magos, y además de ser Santa María de Czestochowa y Nuestra Señora de Fátima, María es Nuestra Señora de la bicicleta y del volante, Santa María de la «Expo», Nuestra Señora de los golfos, Santa María de las modistillas, Nuestra Señora de los turistas, Santa María de la moda, de la cadenilla, del Festival de Venecia; y Nuestra Señora de los no nacidos, de los sin albergue, de los emigrantes, de los negros; y de la vida interior, de la comprensión, de la expectación, del miedo, de todos los dolores y de los alegrones...

En el poemario “Llena de Dios y de los hombres” (1965), María es Niña del sí, Mujer de cada día, Negra, Campesína, Comadre de suburbio, Señora de la ciudad, Madre de los ausentes, Soledad, Vencedora de la muerte, Alegría y Madre del mundo nuevo.

Y a partir ya de 1967, hasta nuestros días, en los sucesivos poemas del obispo Casaldáliga, desde los sufridos pueblos de América Latina, María es Señora de Guadalupe, Santa María de nuestra liberación y Santa María sin más títulos; sin dejar de ser también -y allá acaso sobre todo- Señora de la Esperanza y Causa de nuestra Alegría...

Sugiere Pedro esos procesos de su mariología en dos páginas de “El Credo que ha dado sentido a mi vida” (1975), cuando «confiesa» su relación personal con María desde que era seminarista. Son esas dos páginas la mejor introducción a esta antología de sus poemas marianos:

«Entre los amigos tengo fama de "mariano". Y realmente he contado mucho con la Virgen en mi vida. Y he hablado y he escrito mucho de Ella. He rezado mucho a la Virgen. He meditado bastante en Ella. La he sentido muy presente. La amo. Confío en Ella.

Creo en María, Pobre de Yahvé, inmaculada llena de Gracia, siempre Virgen, Madre del Hijo de Dios, Jesucristo, maternalmente asociada a la Vida y a la Muerte de su Hijo, singularmente glorificada en su Asunción, figura y madre de la Iglesia.

Desde la ermita del castillo de mi pueblo -laderas de "romaní i farigola”-, todas las ermitas y santuarios marianos de mis años de formación o de ministerio, han merecido mis fervores de peregrino y hasta mis lágrimas. Por citar algunos nombres, citaré la Mare de Déu del Castellvell de Solsona, la Mare de Déu de la Salut de Sabadell, la Virgen del Pueyo de Barbastro.

Son títulos patronales de lugares de la Prelatura, escogidos por mí intencionadamente, la Asunción, Nuestra Señora de los posseiros, Nuestra Señora Aparecida, la Virgen de la Liberación...

Cometí incluso locuras, de seminarista o de fraile, por visitar los santuarios de la Señora. Como las he cometido por escribir programas de radio, artículos, poemas y libros, jugándome noches y descansos. Como las cometí en las grandes campañas de las peregrinaciones de Fátima, o del año Mariano, o con ocasión de la definición dogmática de la Asunción, o en varias de las circunstancias significativas -Congresos, Conmemoraciones, Peregrinaciones, Consagraciones- de esta Era de María que en buena parte, y en hora buena, me ha tocado vivir.

Me apasione por la Mariología. Estudié los gruesos volúmenes de los Estudios Marianos, de la Sociedad Mariológica Española y otros tratados. Y creo que conseguí una doctrina mariana sólida y duradera en sus líneas básicas: María y Cristo, María y la Biblia, María y la Gracia, Maria y la iglesia.

Debo citar un pequeño libro de oro, mojón en mi itinerario mariano: el opúsculo de Hugo Rahner “María y la Iglesia”.

Con los años, y la nueva Teología en la Iglesia nueva, después del Vaticano II; con la experiencia cristiana de la lucha social; con la pobreza de ambiente y de espíritu que le han cincelado a uno en este Mato Grosso, también mi fe en María se ha ido desnudando, más libre y verdadera. Y Ella ha venido a ser cada vez más, en mi pensamiento y en mi corazón, la cantadora del magníficat, profetisa de los pobres libertados; la mujer de pueblo, madre marginada en Belén, en Egipto, en Nazaret y entre los grandes de Jerusalén; la que creyó, y por eso es bienaventurada; la que rumiaba, en el silencio de la fe, sin visiones, sin muchas respuestas previas, las cosas, los hechos y las palabras de Jesús, su Hijo; la madre del Perseguido por los poderes; la dolorosa madre del Crucificado; la testigo más consciente de la Pascua; la más auténtica cristiana de Pentecostés; una gran señal escatológica en medio del Pueblo de la Esperanza...»

Porque María es alguien ligada estrechísimamente al Dios de la Vida -por el Espíritu del Padre y del Hijo-, por eso es María la madre de los crucificados en la tierra. Y, precisamente por eso, María es quien es en la vida creyente del obispo Casaldáliga: Alguien que actúa en su acción pastoral, en su oración profética y en su expresión de poeta, a impulsos del Espíritu de ese Dios de la Vida; quien, desde Jesús, el Cristo crucificado y resucitado, privilegia para su Reino de vida a los desheredados y crucificados por el injusto orden internacional vigente en este mundo, que lo destroza dividiéndolo en dos, tres y cuatro mundos.

Pedro Casaldáliga quedará en la historia de la Iglesia universal y en la memoria pascual de América Latina por varias razones; una de ellas será María. Esto lo comprende quienquiera que lea esta antología de sus poemas marianos.