CUARENTA DÍAS DE SUBLIME PRESENCIA




por

Emma-Margarita R. A.-Valdé

Al pueblo de Emaús partieron dos discípulos,
marchaban aterrados, confusos, descontentos;
hablaron con Jesús aludiendo al martirio,
citó las Escrituras, partió el pan, y le vieron.

Después, en el cenáculo, sin lumbre en los candiles
y las puertas cerradas por temor a la muerte,
le esperaban sus fieles, unidos en sus límites,

La paz sea con vosotros, yo soy, no temáis -dijo.
Jesús les enseñó huellas del sacrificio,
dejó tocar sus llagas, comió el pez solidario.

Al apóstol Tomás, que no estaba con ellos,
le dieron la noticia: Hemos visto al Señor.
Contestó, creeré si yo meto mis dedos
y mi puño en las marcas de su mortal Pasión.

Pasados ocho días, Cristo volvió al Cenáculo.
Tomás está presente. Él le mandó tocarle.
Señor mío y Dios mío! -exclamó emocionado-.
(Serán enaltecidos los que sin ver le amen).

Los discípulos fueron al Mar de Galilea,
se hicieron a la vela a la puesta del sol,
recogieron las redes, allí no había pesca,
se apareció el Mesías y las redes llenó.

En la playa con todos degustó la comida,
preguntó a Simón, Pedro, tres veces si le amaba,
le encomendó la iglesia, celebrará la Misa,
difundirá el mensaje de su inmortal palabra.

Jesús citó a los once en un cerro cercano,
les ordenó viajaran por pueblos y ciudades,
y en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo
bautizasen al hombre y curasen sus males.

Tras los cuarenta días de sublime presencia
Emmanuel vuelve al Padre y, como despedida
de todos sus apóstoles, organiza otra cena
les instruye y anuncia la gracia que ilumina.

Subieron al simbólico Monte de los Olivos,
les dio su bendición y se elevó a la gloria,
una nube cubrió la luz del Sol invicto,
dos ángeles afirman que volverá a su hora.

Millares y millares proclaman la grandeza
del Cordero inmolado, digno de honor, insigne;
el orbe canta Amen al brillo de su estrella,
todas las criaturas redimidas le siguen.


Emma-Margarita R. A.-Valdés

del libro
Antes que la luz de la alborada, tú, María